lunes, 1 de octubre de 2012

Capítulo III



Seguí a Godot por las calles oxidadas hasta el Gran Teatro del Sol en el centro. Mi traje de tweed crujía sus primeros pasos, era nuevo y se notaba. A la entrada nos estaba esperando otro hombre de mediana edad y una mujer. El hombre lucía un peinado brillante, relamido hacia un lado, como de cera. Todo en él parecía elegante hasta que sonrío al vernos. “Es uno de los míos”, pensé al ver su dentadura. La mujer era preciosa, y lucía un traje blanco como de cisne. Godot se acercó a saludarles.

-Te presento a Uve y Lana. Este es Ese- dijo señalándome. El tal Uve me hizo una reverencia de manual. 

-Encantado- respondí. 

-Hora de entrar –dijo Uve enfilado con decisión hacia la entrada del teatro.

-No, aún no-Godot le interrumpió el paso con un brazo y sacó su reloj de bolsillo con el otro.

-¿A qué hora empieza?

-Shhhh, silencio-me espetó Lana. La cara de Godot se torció levemente en una mueca.

-Ahora- dijo guardando su reloj, y entramos. 

Lana se agarró al brazo de Godot y yo entré al lado de Uve.

-¿Vives en la calle?- me susurró Uve

-Sí.

-Yo también.

-¿Desde hace cuánto le conoces?

- Eso para después o al viejo le dará un ataque- dijo mirando hacia otro lado.

La obra que mostraron esa noche estaba en francés con sobretítulos, pero no tuve ánimo de leerlos. Dos hombres compartían escenario con un árbol y se pasaban andando de aquí para allá haciendo pantomimas y extravagancias. Era más interesante mirar alrededor. Nadie movía un músculo, estaban hipnotizados, rodeados de luces y mosaicos decorando paredes hechas para nadie. “Así que este es uno de esos sitios donde la gente corriente se esconde de nosotros”, pensé. Nunca me gustó ir al teatro.

Al terminar la obra fuimos a un café cercano, Godot se sentó en mitad de nosotros cortando el flujo de cabezas con su sombrero. Nos invitó a todo lo que quisimos pagando con unos billetes bien planchados.

- ¿Qué habéis visto?-le dijo a su café recién servido.

Silencio de neuronas.

- Una obra de teatro sobre dos personas que esperan que alguien llegué- dijo Lana.

- Que alguien les encuentre -puntualizó Godot.

- Sí…y que ese alguien va a ayudarles.

- Va a salvarles. 

- Pero nunca llega. 

- Pero en la obra no llega, no.     

- Un móvil y todo solucionado. –interrupió Uve con desdén.

Godot carraspea con la mirada. Y sigue.

- ¿Por qué no se van?-me señala con un dedo corazón que tiembla.

- ¿Quiénes? –respondo en plena confusión.

- Los personajes de la obra. Los que esperan ayuda -aclara Lana.

- No sé…supongo que no tienen adonde ir.

- ¿Eso crees?-Godot asoma una mueca.

- Sí-respondo asintiendo.

- ¿Y a que sitio deberían ir?-Lana esta apunto de iniciar una respuesta pero Godot la frena-. Deja que responda el nuevo sujeto.

- No lo sé. Quizás estén bien donde están, no molestan a nadie.-La respuesta se ve viciada por un pensamiento ¿Por qué me ha llamado sujeto? Pero no me atrevo a preguntar. A pesar de su aspecto frágil hay algo en su voz que atrapa mi firmeza.

- O puede que él también les esté esperando a ellos en un lugar parecido.- El comentario de Lana pasó como una mosca en mitad de nuestra conversación. 

Godot alza el cuello con las manos en posición de rezo. Me fijo que le falta un trozo de dedo índice, “la falange distal”, sabré más tarde. Permanece inmóvil un tiempo. Creo que está pensando pero me doy cuenta de que está mirando un reloj de pared que está justo enfrente. Tic, tac, tic tac, tic…

- Hora de irnos- y se levanta en un parpadeo. Lana le coloca un abrigo por encima. Uve también se levanta-. ¡No, tú no! Esta noche te quedarás con él. 

- ¿Debido a qué viejo?

- Has hecho méritos para ello -le responde Lana al tiempo que agarra del brazo a Godot.
- Quiero ir a casa, tengo cosas que hacer.-espeta Uve, más como disculpa que como imperativo.
Godot alza la mano como un fascista y mata la discusión.
- Mañana quiero verle a las 11:00 en el edificio Sky, décimosegunda planta, puerta H. No se retrase –saca su reloj de bolsillo. Luego mira el de pared de la cafetería. Una tensión momentánea arremete contra su cuello- Lo suponía.-dice a modo de despedida mientras sale del lugar junto a Lana. 

-¿Qué es todo esto?-pienso con los ecos más lejanos.

Uve súelta una risotada y pide un par de copas.

-Sin duda un incentivo para una vida como la nuestra. Tengo algo de dinero del viejo. Relájate, todos pasamos por esto. La noche será corta si das tragos bien largos -dice antes de regar su gaznate con la mitad del contenido de su copa.

Bajo la mirada y veo en el reflejo del cristal de la mía un hombre deformado con traje de tweed, ya sudado por cierto, rodeado de brillantes luces que acrecientan su silencio, espaldas muy erguidas, manos bailarinas y discursos barnizados. Algo no encajaba. Y estaba claro que ese algo era yo. 

Será una noche larga.