sábado, 31 de diciembre de 2011

Los últimos grados del silencio

Mi querido amigo. Llevo viajando un tiempo. Apenas sí me alimento. Solo camino de carretera en carretera, buscando mi escalera perdida. Salto de coche en coche y apenas encuentro buzones donde lanzar mis pensamientos. Demasiados pensamientos para bocas tan pequeñas…


Llevo días de hogueras y frío pensando en el amor que me describes. Lotte se llama. Pero el nombre es lo de menos. El menos es lo de más. ­Las disertaciones sobre amor son infinitas. Y tan azarosas y personales como los ropajes del tiempo. En ocasiones me he cruzado con gente en la carretera con la que he hecho el amor solo con palabras, con las miradas. ¿Es acaso eso menos real? El amor es un sentimiento tan inasible e inefable como la propia muerte. Lleva mil máscaras y se encierra en los lugares más yertos. Allí donde no hay pentagramas. Donde Silencio reina sobre todas las cosas. Allí donde el árbol saluda al horizonte mecido por el viento…


¿Qué es amor? El amor es el efímero y eterno connubio entre Tiempo y Silencio. Aquel que reino sobre sus labios desplegados hacia tu mirada. Aquel olor que te perseguía como el sol persigue a su luna en el cielo… El amante no tiene abismos. No es héroe ni villano. El amante espera la chispa de palabras que encienda sus labios en busca del beso con el que sueña. Chispa de la que Lotte es dueña.

“Lanza a un lado el libro de versos y echa mano del puñal silencioso que enmarcará bajo un mismo vientre la unión de cuerpos que harán explotar las palabras más silenciosas y reales del mundo”, como diría A. Puñette. 


“Saborea el dulce que te han regalado. Piénsala. Siéntela. Haz que su belleza –que te es propia– atraviese tu cuerpo. No intentes asirla. Cierra los ojos. Que sea una ráfaga de aire brillante en lo alto del acantilado. Disfruta del encanecer de tu pelo. No esperes nada. Pero recuerda que la nada lo es todo”, como dice tu gran amigo Pierrot.


Continúo el viaje. Ya sabes mi dirección. Esta noche me siento un Nature Boy.





jueves, 15 de diciembre de 2011

El caminante sobre el mar de nubes



Hay un ruido que sobresale por encima del resto... Son las primeras manzanas del cesto. Manzanas bruñidas y con laca para gratificar la apariencia. Pero la belleza no se deja empantanar con esas fullerías. Hay tanta presión entre unas manzanas y otras que resulta difícil descubrir el fondo, donde ella habita. Sólo los líquidos pueden deslizarse entre ellas. Sólo la lágrima sabe la verdad, tu lágrima Pierrot, y se acumula. Pero tu lágrima no tiene boca. No habla. Aún no… Yo solo puedo devorar manzanas envenenadas... ¿Es el único camino hacia el fondo?...Hay un ruido que sobresale por encima del resto…

De pronto no sé nada de Belleza. Hace meses que no me llama… Ayer soñé que era el protagonista del famoso cuadro de Friedrich. Al despertar la manta me quemaba el cuerpo. No podía dejar de moverme. Eche un trago de sabor ardiente en botella vacía. Mi “noctámbula” como la llamamos… El dolor no cesaba y olía a quemado… Lancé el sudario a un lado, me levante y fui a verlo...

Ahora estoy aquí. Ya no es un sueño. Doy la espalda al espectador. No al mundo. Sólo estamos yo y las manos evanescentes intentando asirme para llevarme con ella. La altura es considerable como para plantearme equilibrismos. Todo está en calma. Sin comida. Sin poesía, solo rastros de mis huellas. Recuerdo por donde subí. No tenía mucha experiencia haciendo escalada. Me alimenté de alguna que otra señal de precaución, y bebí de oscuras grietas colores que no tienen nombre. Y aquí me encuentro. En la cima de la montaña que apuñala el cielo o solo intenta tocarlo. Cielo y tierra que en vuestro desamor y distancia nos dais la vida en este mundo. Un mundo con montañas por dedos que parece gritar pidiendo auxilio a una mano que nunca llega… Apoyo mi bastón. Esto no es un lienzo por el que pise el tiempo. Este horizonte no tiene grietas. Por muy quietos que estemos, no pasa el tiempo y a la vez pasa. Presentes devorando presentes una y otra vez. El tiempo no tiene oídos. No se le puede pedir nada. Pero sí tiene boca. Nos saborea. ¿Qué sabor tendré cuando mi espíritu desvencijado atraviese el umbral? Las piedras crepitan bajo mis pies. Llevo demasiado tiempo quieto, mirando el buen lustre de mis zapatos nuevos. Alzo el cuello oxidado y casi me lo rompo. Miro al horizonte. Su cetrino Ojo…Me enamoro de él ¿Miedo? En absoluto… Quiebro la mirada. Algo me ha dicho que no he escuchado. No de oreja a oreja. Sí de pupila a pupila. El Sol me ha hablado en su horizonte. Lo desafío desde lo más hondo del pozo de mis ojos. La materia prima rasgada por Buñuel… Caen algunas lágrimas al cesto. “Te odio” mascullo macilento, queriendo decir “Te quiero”. No creo en las palabras. No en lo que dicen. Sí en lo que no dicen. Y esto último es lo que acaba definiendo el camino…

Déjenme describirles mi pelo desairado como un fuego que camina entre hombres. Que ilumina calles oscuras y enciende caminos obsoletos. Una chispa de Helios. Un superhombre que está aquí para alargar las sombras de los nombres más pequeños…Sigue habiendo un ruido que sobresale por encima del resto… ¡No digan Fin hasta que estallen los cristales y pase a través de ustedes la respuesta a la pregunta que nadie se planteó jamás!

viernes, 9 de diciembre de 2011

Ya soy un cadáver

Yo era de esos sujetos en extinción. De los de pipa en mano y bufanda de colores, un ser llamativo como pocos. Ya desde que nací llame la atención. Mi padre, que es músico, siempre me recordaba el breve grito que compuse nada más nacer, perfectamente afinado en La menor, y como, acto seguido, me quede en silencio. Los médicos, que me dieron por muerto, mascullaron la palabra “Cadáver”, término que elegí a los 3 años como mi primera palabra al observarme en el espejo, y que se me quedó grabada a fuego en mi tierna cabeza. Recuerdo a mi madre sorprendida, dejando caer un: “¿Qué?”, y añadiendo en un lenguaje disléxico: “No hijo, no cadáver. Yo mamá, tu niño especial”. Evidentemente, la creí. Era “niño especial”. Yo no era un cadáver.


Años más tarde, contrariamente a lo que se suele asociar con ese periodo pre-coital y contestatario llamado adolescencia, yo fui un chico de los que les gustaba escuchar a los adultos. Incluso de vez en cuando me daban unas moneditas por los consejos que me regalaban desinteresadamente. Me encantaba escuchar, aprender lo que decían que decían otros, porque me daba cuenta de que ellos pensaban como yo, o yo como ellos. Me ayudaban a descubrir mi camino. Y me sentía enormemente agradecido. “No haces nada” me decía mi madre. “Pareces un cadáver” añadía mi padre. Y yo pensaba, sí, parece que lo soy, al fin y al cabo, fue mi primera palabra. Pero yo era un ser extraño, no un cadáver.


No mucho más adelante termine los estudios, o más bien, yo acabe con ellos. Y, como mi condición exclusiva requería, me entregue a esa maravillosa maquina globalizadora del trabajo fugaz, saltando de empleo en empleo. En esta aventura conocí a mucha gente, gente común y corriente, sin aspiraciones. De los que no escuchaban lo que pensaban otros. Yo les miraba, vestidos como yo, trabajando en lo mismo que yo, pero, no como yo. Yo era especial y ellos no. Yo no era un cadáver.


Actualmente duermo en una caja de madera, hecha en serie para personas de mi complexión, pero no igual de especiales que yo. Oí el discurso de mi propio funeral. Terminó con unas profundas frases de goteo: “Un trabajador. Un luchador. Empezó y terminó su vida en silencio. Escuchando. Y ahora, es un cadáver”. Era verdad, como todo lo que se escucha, y yo, como no podía ser de otra forma, la escuché y la hice mía. Ahora sí que tenían sentido esas primeras palabras de la infancia. Ahora sí que soy un cadáver, antes no...

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cápsulas de contagio

Aparcado en mitad de la discoteca, rodeado de gente, pero escuchando el peaje de mi gaznate. Agarro la copa numero indeterminado entre mis depauperados dedos. Único abrazo de esta noche. Mi lengua está ardiendo de tanto alcohol. “Pierrot” creo oír entre cañonazos de decibelios. Ya me has regalado uno de tus putos silencios inextricables. Te has ido de viaje y me dejas maletas de alcohol convulsionando mi cuerpo.


Mascarada moderna. Los nuevos bohemios con medicina privada. Gentes que pelean por subirse al proscenio del escenario. Marionetas con todos sus hilos en la pelvis. Intento jugar a ser ellos, pero entonces mis dientes se cierran tan férreamente como diques blancos espumeando cataratas de suicidio. En este recinto de pequeña dictadura un hombre señala con el dedo en alto bendiciendo la sala. Lo llaman Dj, pero es uno de tantos sacerdotes de la cultura. Un pedófilo del pensamiento libre. O estás dentro, o el hombre de negro se acerca y te invita a salir al estrado del juez ciego y con martillo apto para remachar más los clavos.


Ya hace tiempo que deje de buscar un sentido a todo este entramado social. La divina sociedad en sus mayúsculas retocada con Photoshop -y cuidado que no salgan las pancartas de fondo-. La razón se vistió de verdugo hace tiempo con el nombre de ciencia. Ya no sirve para nada razonar. Los pelotones de fusilamiento ya no llevan uniforme. Son logotipos y frases hechas. Son los titulares. Cada uno de nuestros sentidos buscando puntos que unan la figura del mundo dándole una unidad con sentido.


Dicen que unificar da sentido…Miro a mi alrededor…Estamos perdidos…Estoy perdido…Necesito una pastilla antipierrot… Intentamos organizar el caos de la naturaleza como quién sopla estrellas del cielo, confiando en que se muevan o se apaguen. ¿Por qué no inaceptar lo aceptable? Porque los baños de las discotecas alimentan con litros de vómitos el subsuelo de todas las ciudades. Pero tranquilos, la música suena más alta que el pensamiento, y eso el Dj lo sabe.


Esta noche me siento algo Pierrot. Es hora de irse…. Voy a coger el abrigo colgado en el maniquí de la entrada... Mi mano se detiene a medio camino. Está demasiado bien colocado. Parece una mujer real. Me limpio las boqueras. Mis pies avanzan hacia ella. Está de espaldas. Libero mis labios. Los acerco a su cuello. No sé en qué idioma hablarla. Ni me importa. Mis labios comienzan a danzar en torno a la hoguera:

“Te conozco. Te decidí en alguna parte. En algún libro, película o silencio…Eres la mujer de mi vida. Fue difícil encontrarte. No le presto el abrigo a cualquier mujer. Eres preciosa sin verte. No te des la vuelta. Estoy por primera y última vez enamorado. No lo estropees. No volveremos a vernos. No te enamores de mi apariencia, ni mis palabras, enamórate de este momento. Mil encadenados te ponen su piel de cordero todas las noches. No me importa. Que te toque quién quiera. Ambos sabemos la verdad rasgada tras cada mentira. Su Décollage. Solo buscas repetir este momento. Sentir de nuevo el peso de mi abrigo… Sé mi amante en la eternidad. No cambies este recuerdo. No alteres mi percepción, no resuelvas más enigmas, no quieras mi sangre para cumplirlo… ¿Mi edad? Demasiado joven para conservar, y demasiado viejo para echar a correr. ¿Por qué tú y no otra? Me gustas porque vives desnuda, sin bolsillos en los que guardar. Manos siempre dispuestas a esperar ser tocadas. Escuchas el presente. No tienes olor que clavar en mi memoria. Eres el ser más auténtico de esta sala y no puedes saberlo. Por eso lo eres. Por eso estoy borracho. Ojalá fuera como tú. Me gustas por ser Ello. La lágrima invisible que todos guardamos y que Pierrot muestra al mundo…Pero yo no soy Pierrot mi amor. Soy A. Puñette y estas manos y pies clavados desde los nueve meses de vida necesitan su abrigo” Le quito suavemente mi abrigo, como el sol hace con la noche… Vuelvo a acercarme. “No le cuentes esto a Pierrot”. Salgo del recinto y me tropiezo a la primera de cambio. Abrazo el asfalto, el mundo. Ahí me quedo. Llevo días sin que nadie me toque porque quiera. Dejadme un momento más tumbado. Segundos de lenguaje infinito. Señalad a este indeseable. Hacedme sentir orgulloso.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El Mercado del Mundo


(Sala de espera de un lugar de viajantes. Pierrot sentado ante una mesa llena de revistas. A su derecha, un viajero)

PIERROT (Leyendo la carta de A.Puñette. La dobla y la guarda cuidadosamente en un bolsillo interno de su traje blanco): Alcánceme aquella revista, por favor… No… Mejor, esa. 

VIAJERO: Esa revista está hecha trizas. 

PIERROT: Es igual, tan solo quiero ver la portada. 

VIAJERO: Está bien. Tome… ¿Se va a algún sitio? 

PIERROT: Sí 

VIAJERO: No le veo con maleta.

PIERROT: No la necesito

 VIAJERO: ¿Y la ropa?

PIERROT: Nada, solo un folio, pluma y tintero… ¿Dónde se dirige?

VIAJERO: Aún no lo sé. Acabo de coger número.

PIERROT: Pues debe haber muchos por delante de usted. No dejan de pasar viajeros cogiendo número.

VIAJERO: No tengo prisa.  ¿Cómo acabo aquí?

PIERROT: Sin hacer muchas preguntas, desde luego.

VIAJERO: No quería molestarle.

PIERROT: No quería. ¿Y ahora quiere?

VIAJERO: Ahora no.

PIERROT: Pues yo sí. Pregunte.

VIAJERO: Ahora no sé que preguntar.

PIERROT: Lo mismo que dijo antes.

VIAJERO: ¿Cómo llego aquí?

PIERROT: Lo desconozco. ¿Y usted?

VIAJERO: También.

PIERROT: ¿También qué?

VIAJERO: No sabría por dónde empezar.

PIERROT: Mejor eso que saber por dónde terminar.

VIAJERO: ¿Le gusta leer revistas?

PIERROT: Me gustan las portadas. 

VIAJERO: ¿Por qué esa portada y no otra?

PIERROT: Porque pone “Eternidad”

VIAJERO: Ahí no pone “Eternidad”. Solo hay un dibujo.

PIERROT: En ese dibujo lo pone.

VIAJERO: Sí usted lo dice…

PIERROT: Yo no lo digo, lo dice el dibujo.

VIAJERO: No para mí.

PIERROT: Pero sí para mí.

VIAJERO: ¿Y cómo explica eso?

PIERROT: ¿El qué?

VIAJERO: El no saber por qué está aquí.

PIERROT: Yo no he dicho que no lo sepa. He dicho que lo desconozco.

VIAJERO: ¿Qué diferencia hay?

PIERROT: Toda. Puedo no saber por qué vías circula mi sangre en un preciso instante, pero no desconozco el por qué.

VIAJERO: ¿Por qué?

PIERROT: Usted ya debería saberlo. ¿Acaso no sabe dónde está?

VIAJERO: ¿Dónde estoy?

PIERROT: Donde os subastan los caminos, y usted es la única moneda que necesitan. Usted y los otros viajeros.

VIAJERO: Debería dejar de leer tantas portadas y empezar a abrir alguna revista.

PIERROT: Ya sé lo que hay dentro de esta.

VIAJERO: ¿Lo sabe?

PIERROT: Sí. No me hace falta abrirla.

VIAJERO: Entonces no comprendo por qué la sigue mirando.

PIERROT: Yo no necesito que comprenda. Como tantos y tantos antes de usted, han llegado, han ocupado esa silla que usted ocupa ahora, y se irá dejando el rastro de sus últimos suspiros para hacerme sobrevivir un día más entre la sima que separa el deseo del desvelo.

VIAJERO: Nunca se moverá de aquí.

PIERROT: “Nunca” es una palabra muy mal inventada.

VIAJERO: Entonces jamás.

PIERROT: “Jamás” no cabe en la imaginación. Y todo lo que ella rechaza le corta un brazo a Atlas.

VIAJERO: No encontrará lo que busca.

PIERROT: “No encontrará lo que busca” dice el hombre que ni es humano ni es nombre. Sino el viajero que por no decidir llegó hasta aquí. El lugar donde los caminos se subastan los hilos que asienten y juegan a encadenarles con las palabras y su falsa moral. Usted está aquí porque no le importa a nadie más, y, especialmente, a sí mismo.

VIAJERO: No le creo.

PIERROT: Créame, o no me crea. Yo no soy quién agita el tambor del revólver de verdades o mentiras. 

(Se oye una voz artificial desde los altavoces que dice “Número 20938576903”)

VIAJERO: Creo que es mi turno…Me llaman…

PIERROT:  Sí, eso parece…Adelante… Pero ese camino que le espera no será más que un Fin con un “Erase una vez” de por medio.

VIAJERO: ¿A usted nunca le han llamado? 

PIERROT: Muchas veces. Y de muchas formas.

VIAJERO: ¿Por qué no acude?

PIERROT: Espero la llamada adecuada.

VIAJERO: ¿Cómo sabrá que es la adecuada?

PIERROT: Porque solo la oiré yo… Tenga cuidado y no olvide toser antes de irse.

(El viajero se levanta con las maletas y se va. Al cabo de un tiempo otro viajero entra y se sienta a la derecha de Pierrot)

lunes, 28 de noviembre de 2011

Carta sin respuestas

Querido Pierrot:

Me encuentro leyendo un libro boca abajo, ya qué no lo entendía en la posición correcta. Sigo sin entender nada. Me da la sensación de que voy a quemarlo esta misma noche. Hace bastante frío. Hay libros que solo sirven para dar un poco de calor, y ya está. Hace días que me escribiste haciéndome una pregunta. Menuda mierda de preguntas planteas a veces, con todos mis respetos. Como el respeto que siente el que te echa el humo en la cara, sin querer dañar, solo para que tosas un poco y te cubras la boca con la mano a modo de barrera antes de decir más gilipolleces. Ten cuidado con lo que preguntas Pierrot, porque hay muchas palabras armadas de estiletes esperando en las trincheras de tus encías a apuñalar algún oído fácil. Tímpanos que son como forjas al servicio de prostitutas, que trabajan cualquier metal precioso como si todos fueran oro azul.

De todas formas, y por ser tú, aunque te vistas de blanco-color que pide el escupitajo- he estado pensando mucho en tu apestosa pregunta. Y he de reconocer que la respuesta me ha hecho viajar mucho. Mucho… desde el salón, jardín, etc. al baño. Siempre al baño. Cuando estaba a punto de lograr si quiera el principio de la solución, un ardor como una serpiente de piel venenosa se alzaba desde el centro de la tierra hasta mi garganta y no podía hacer más que vomitar. Como si me hubiera atiborrado de formas consagradas o me hubiera creído por un momento libre y a la vez inmerso en la vida. No existen las respuestas, son invenciones engañosas que te ayudarán a dar sentido a lo absurdo de esta vida que alguien decidió que era la correcta. Hay que aceptar lo absurdo, o no aceptarlo, en eso radica toda respuesta. Todo camino.
Todo cambia según el idioma en el que se diga. Es el idioma el que es racista. Por eso te digo que no pienso soltar prenda ni aunque cures cien leprosos. Porque al final te clavarán por ello. Léete todos los libros que quieras, mira al cielo buscando deseos, cree en musas para no sentirte sólo, pero no olvides que todo eso que se dice, fue dicho y se dirá, han sido pronunciadas por las mismas bocas que han lamido los mismos culos. Las bocas del ser humano. Si es que humano quiere decir algo…
A veces me pregunto qué coño pensará el universo de todo esto. Donde está su boca, si es que la tiene, y de que se alimenta, que le hace reír, o si sencillamente vive en una transgresión continua de elementos infinitos, un ser informe que no es ser. El universo quizás no tenga rostro, y a su vez existan otros universos dentro de otros, y a su vez, cada vez que follo con una prostituta, este rasgando una parte de su iris. Y si me contagia algo, se lo contagie a él. Quizás por eso el universo vive en continua expansión, para alejarse más, para alejarnos más entre nosotros, que no haya peligro de contagios. Nos pone a prueba….
¿Pero qué cojones estoy diciendo? He debido pensar demasiada mezcla porque vuelvo a tener ganas de vomitar. El escritor es el ser más cruel que existe, porque inventa historias y crea ilusiones egoístas que en otros, al leerlas, pueden venderles cien pastillas de golpe o una soga bien fuerte al cuello. También están las personas como tú Pierrot, puestas aquí para ser mi contrario. Un buen muro, firme y paciente, al que reviento a patadas para más tarde restaurarlo.
Hoy llueven putas, asesinos, y proxenetas, y yo solo espero que descubran el precio de las flores que viven sobre la mierda. Y las arranquen. Pero que no se percaten de que no son las flores las que hacen respirar al fango, sino al revés. La vida existe y comienza desde el suelo. Y brilla, se alza, y unifica desde las porciones de mierda. Protejamos esas mierdas hasta que forniquen y sean Frankenstein imparables. Que no necesiten más flores para poder hablar. Mimemos tus preguntas malolientes. Cambiemos hacia paradigmas en los que no creamos.

Atentamente:
Un gran puño de tu fiel amigo y boxeador.

A.Puñette

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El artista sin método

De camino hacia el café atravesé un callejón donde ví a un hombre cucaracha rebuscando en la basura. Sentí cierta lástima por él y me reí a carcajadas. Seguí andando, con mi puñado de libretas bajo el brazo, llenas de mis "Mira esto...", "Que me aspen de aquello..." y demás memeces encubiertas para hacerme creer que soy uno de esos enfants du paradis. El caso es que llegué al maldito café. No hizo falta que abriera la boca. Me sirvieron lo de siempre y me senté donde siempre. Un buen café, sí señor, dulce y sensible como la medianoche sin sueño. Todo sonaba como debía sonar hasta que entró aquel hombre, un saltimbanqui de aquí te espero sin grapas en la boca, y se sentó en mi mesa con sus santas narices, que no eran pocas.

-Me llamo A.Puñette.

-Y a mi que carajo me importa como se llame.

-He venido a ofrecerle algo muy interesante

-Ya tengo algo muy interesante, puede irse.

-Primero tendrá que invitarme a una taza de café.

-Puede usted invitarse a sí mismo. Hay muchos cafés por la zona esperando que los prueben.

-El café suelta la lengua y colorea las palabras. Y según he oído el de aquí es muy bueno.

-Sí, lo es.

-Entonces invíteme a uno. Si después de terminarlo no le he conseguido convencer, no volveré a pedirle más.

- Aqui tiene...¿No va a a pedir ningún café...?

-No ahora… ¿Sabías que los copistas en la Edad Media no sabían leer?

-Ni idea.

-Solamente se limitaban a copiar lo que otros les ordenaban. De ahí que se tradujeran libros de temas sexuales o científicos sin ningún tipo de sanción o condena.

-Suena interesante, de verdad. Pero si me dice lo que quiere que le diga para que se vaya, quizás podamos terminar con esto rápido...

-¿Pierrot verdad?

-¿Cómo?

-¿Es usted Pierrot?

-No.

-Usted ya me entiende. Usted no se llama Pierrot. Pero es Pierrot. No lo ha elegido.

-Puede ser.

-Y yo soy A.Puñette.

-Sí, según me dijo hace un momento.

-¿Cree usted que es mi verdadero nombre?

-Imagino que no. Ni me interesa.

-¿Por qué viene aquí?
-Porque sirven el mejor café de la ciudad
-¿Seguro?
-Sí…
-¿Cómo se llama este bar?

-Ya lo sabe.
-Claro que lo sé. Y me has dado unas monedas para que me marche rápido. Eso también lo sé.
-¿Por qué has venido tú?
-Porque quiero ayudarte.
-¿Qué me puedes dar tu que yo no tenga?
-Precisamente la respuesta a esa pregunta. Todo eso que no se te ocurre. Lo que te falta.
-¿Qué me falta?
-Compartir.

-No te conozco
-Eso nos da ventaja. Un buen punto de partida…



Hablamos durante unos sorbos más de mí café y nos despedimos. Él no pidió nada, tan sólo se cobró mi curiosidad. Salí del lugar con un aplastante calor en la garganta. Hacia tiempo que no hablaba tanto. Y menos con un desconocido. Hemos acordado escribir en un blog conjuntamente. Nos volveremos a reunir cuando el tiempo este a punto de hacernos olvidar que sabemos hablar.
Bienvenido A. Puñette.

martes, 22 de noviembre de 2011

Insomnio

Medianoche. Venas de luz quebrada a través de las ventanas hacen latir mi habitación. No puedo cerrar los ojos. Cuesta demasiado. Una de tantas cosas que el dinero no puede pagar... A mi lado, entre las sábanas, se ha formado una arruga. Pude haberla causado yo al moverme mientras dormía... No quiero saberlo...Sencillamente permanezco inmóvil. Respiro y el bulto respira. ¿Está vacío? Pero respira, la sábana vibra. Su piel vibra y cada vez se hace más grande. Esta noche solo entiende de locuras y están reservadas sólo para mí... Reptan por la pared serpientes con fechas de dieciséis millas, palabras que detonan explosiones , silencios prematuros en tiempos no previstos, paciencias de lengua bífida, futuros olvidados, pasados inciertos, conexiones haciendo autostop hasta la luna...El bulto se va llenando... Comienza a invadir mi espacio... Lo invade... Me arrastra hasta el abismo pero no me deja caer. Solo quiere que lo vea. Que al levantarme por la mañana sepa que ese espacio ha vuelto al lugar que le corresponde... A su propietario.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Horizonte preverbal

Entre habitaciones, respiraciones, miradas. Morimos.
Cruzamos, parados, tocando mínimos. Revivimos.
Tránsito de estrellas en cielos que sirven para no mirar,
señales luminosas hacia el camino de infinitos destinos,
velas perdiendo su llama, puñaladas que no sangran, que no matan.
¿Dónde guardo su túnica el silencio?¿Dónde sus rúnicos placeres?
En ella se inscribe: "Existe lo que esta muerto, estando muerto lo que existe"
Esperando a Godot fue de los primeros en gritar a su tenebrosa estancia,
donde formas de luz se agolpan, galopan, sin saber quién eres tú, yo, nosotros...
¡Tiempo déspota que te invita a perderlo!
Diez pisos, nueve infiernos, un paraíso.
Variaciones de un lenguaje que nos engaña, letras impacientes en busca de protagonismo.
El mundo esta obeso de no lugares,
El universo ha entrado en nuestras casas.
En familias de escombros, el hogar es del viajero.
El suelo se enfria, los pies queman y las banderas se izan en dirección opuesta al merecido. 
Afilemos cuchillos con errores y cortémonos la lengua hasta que emanen las verdades de un minuto.