sábado, 31 de diciembre de 2011

Los últimos grados del silencio

Mi querido amigo. Llevo viajando un tiempo. Apenas sí me alimento. Solo camino de carretera en carretera, buscando mi escalera perdida. Salto de coche en coche y apenas encuentro buzones donde lanzar mis pensamientos. Demasiados pensamientos para bocas tan pequeñas…


Llevo días de hogueras y frío pensando en el amor que me describes. Lotte se llama. Pero el nombre es lo de menos. El menos es lo de más. ­Las disertaciones sobre amor son infinitas. Y tan azarosas y personales como los ropajes del tiempo. En ocasiones me he cruzado con gente en la carretera con la que he hecho el amor solo con palabras, con las miradas. ¿Es acaso eso menos real? El amor es un sentimiento tan inasible e inefable como la propia muerte. Lleva mil máscaras y se encierra en los lugares más yertos. Allí donde no hay pentagramas. Donde Silencio reina sobre todas las cosas. Allí donde el árbol saluda al horizonte mecido por el viento…


¿Qué es amor? El amor es el efímero y eterno connubio entre Tiempo y Silencio. Aquel que reino sobre sus labios desplegados hacia tu mirada. Aquel olor que te perseguía como el sol persigue a su luna en el cielo… El amante no tiene abismos. No es héroe ni villano. El amante espera la chispa de palabras que encienda sus labios en busca del beso con el que sueña. Chispa de la que Lotte es dueña.

“Lanza a un lado el libro de versos y echa mano del puñal silencioso que enmarcará bajo un mismo vientre la unión de cuerpos que harán explotar las palabras más silenciosas y reales del mundo”, como diría A. Puñette. 


“Saborea el dulce que te han regalado. Piénsala. Siéntela. Haz que su belleza –que te es propia– atraviese tu cuerpo. No intentes asirla. Cierra los ojos. Que sea una ráfaga de aire brillante en lo alto del acantilado. Disfruta del encanecer de tu pelo. No esperes nada. Pero recuerda que la nada lo es todo”, como dice tu gran amigo Pierrot.


Continúo el viaje. Ya sabes mi dirección. Esta noche me siento un Nature Boy.





jueves, 15 de diciembre de 2011

El caminante sobre el mar de nubes



Hay un ruido que sobresale por encima del resto... Son las primeras manzanas del cesto. Manzanas bruñidas y con laca para gratificar la apariencia. Pero la belleza no se deja empantanar con esas fullerías. Hay tanta presión entre unas manzanas y otras que resulta difícil descubrir el fondo, donde ella habita. Sólo los líquidos pueden deslizarse entre ellas. Sólo la lágrima sabe la verdad, tu lágrima Pierrot, y se acumula. Pero tu lágrima no tiene boca. No habla. Aún no… Yo solo puedo devorar manzanas envenenadas... ¿Es el único camino hacia el fondo?...Hay un ruido que sobresale por encima del resto…

De pronto no sé nada de Belleza. Hace meses que no me llama… Ayer soñé que era el protagonista del famoso cuadro de Friedrich. Al despertar la manta me quemaba el cuerpo. No podía dejar de moverme. Eche un trago de sabor ardiente en botella vacía. Mi “noctámbula” como la llamamos… El dolor no cesaba y olía a quemado… Lancé el sudario a un lado, me levante y fui a verlo...

Ahora estoy aquí. Ya no es un sueño. Doy la espalda al espectador. No al mundo. Sólo estamos yo y las manos evanescentes intentando asirme para llevarme con ella. La altura es considerable como para plantearme equilibrismos. Todo está en calma. Sin comida. Sin poesía, solo rastros de mis huellas. Recuerdo por donde subí. No tenía mucha experiencia haciendo escalada. Me alimenté de alguna que otra señal de precaución, y bebí de oscuras grietas colores que no tienen nombre. Y aquí me encuentro. En la cima de la montaña que apuñala el cielo o solo intenta tocarlo. Cielo y tierra que en vuestro desamor y distancia nos dais la vida en este mundo. Un mundo con montañas por dedos que parece gritar pidiendo auxilio a una mano que nunca llega… Apoyo mi bastón. Esto no es un lienzo por el que pise el tiempo. Este horizonte no tiene grietas. Por muy quietos que estemos, no pasa el tiempo y a la vez pasa. Presentes devorando presentes una y otra vez. El tiempo no tiene oídos. No se le puede pedir nada. Pero sí tiene boca. Nos saborea. ¿Qué sabor tendré cuando mi espíritu desvencijado atraviese el umbral? Las piedras crepitan bajo mis pies. Llevo demasiado tiempo quieto, mirando el buen lustre de mis zapatos nuevos. Alzo el cuello oxidado y casi me lo rompo. Miro al horizonte. Su cetrino Ojo…Me enamoro de él ¿Miedo? En absoluto… Quiebro la mirada. Algo me ha dicho que no he escuchado. No de oreja a oreja. Sí de pupila a pupila. El Sol me ha hablado en su horizonte. Lo desafío desde lo más hondo del pozo de mis ojos. La materia prima rasgada por Buñuel… Caen algunas lágrimas al cesto. “Te odio” mascullo macilento, queriendo decir “Te quiero”. No creo en las palabras. No en lo que dicen. Sí en lo que no dicen. Y esto último es lo que acaba definiendo el camino…

Déjenme describirles mi pelo desairado como un fuego que camina entre hombres. Que ilumina calles oscuras y enciende caminos obsoletos. Una chispa de Helios. Un superhombre que está aquí para alargar las sombras de los nombres más pequeños…Sigue habiendo un ruido que sobresale por encima del resto… ¡No digan Fin hasta que estallen los cristales y pase a través de ustedes la respuesta a la pregunta que nadie se planteó jamás!

viernes, 9 de diciembre de 2011

Ya soy un cadáver

Yo era de esos sujetos en extinción. De los de pipa en mano y bufanda de colores, un ser llamativo como pocos. Ya desde que nací llame la atención. Mi padre, que es músico, siempre me recordaba el breve grito que compuse nada más nacer, perfectamente afinado en La menor, y como, acto seguido, me quede en silencio. Los médicos, que me dieron por muerto, mascullaron la palabra “Cadáver”, término que elegí a los 3 años como mi primera palabra al observarme en el espejo, y que se me quedó grabada a fuego en mi tierna cabeza. Recuerdo a mi madre sorprendida, dejando caer un: “¿Qué?”, y añadiendo en un lenguaje disléxico: “No hijo, no cadáver. Yo mamá, tu niño especial”. Evidentemente, la creí. Era “niño especial”. Yo no era un cadáver.


Años más tarde, contrariamente a lo que se suele asociar con ese periodo pre-coital y contestatario llamado adolescencia, yo fui un chico de los que les gustaba escuchar a los adultos. Incluso de vez en cuando me daban unas moneditas por los consejos que me regalaban desinteresadamente. Me encantaba escuchar, aprender lo que decían que decían otros, porque me daba cuenta de que ellos pensaban como yo, o yo como ellos. Me ayudaban a descubrir mi camino. Y me sentía enormemente agradecido. “No haces nada” me decía mi madre. “Pareces un cadáver” añadía mi padre. Y yo pensaba, sí, parece que lo soy, al fin y al cabo, fue mi primera palabra. Pero yo era un ser extraño, no un cadáver.


No mucho más adelante termine los estudios, o más bien, yo acabe con ellos. Y, como mi condición exclusiva requería, me entregue a esa maravillosa maquina globalizadora del trabajo fugaz, saltando de empleo en empleo. En esta aventura conocí a mucha gente, gente común y corriente, sin aspiraciones. De los que no escuchaban lo que pensaban otros. Yo les miraba, vestidos como yo, trabajando en lo mismo que yo, pero, no como yo. Yo era especial y ellos no. Yo no era un cadáver.


Actualmente duermo en una caja de madera, hecha en serie para personas de mi complexión, pero no igual de especiales que yo. Oí el discurso de mi propio funeral. Terminó con unas profundas frases de goteo: “Un trabajador. Un luchador. Empezó y terminó su vida en silencio. Escuchando. Y ahora, es un cadáver”. Era verdad, como todo lo que se escucha, y yo, como no podía ser de otra forma, la escuché y la hice mía. Ahora sí que tenían sentido esas primeras palabras de la infancia. Ahora sí que soy un cadáver, antes no...

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cápsulas de contagio

Aparcado en mitad de la discoteca, rodeado de gente, pero escuchando el peaje de mi gaznate. Agarro la copa numero indeterminado entre mis depauperados dedos. Único abrazo de esta noche. Mi lengua está ardiendo de tanto alcohol. “Pierrot” creo oír entre cañonazos de decibelios. Ya me has regalado uno de tus putos silencios inextricables. Te has ido de viaje y me dejas maletas de alcohol convulsionando mi cuerpo.


Mascarada moderna. Los nuevos bohemios con medicina privada. Gentes que pelean por subirse al proscenio del escenario. Marionetas con todos sus hilos en la pelvis. Intento jugar a ser ellos, pero entonces mis dientes se cierran tan férreamente como diques blancos espumeando cataratas de suicidio. En este recinto de pequeña dictadura un hombre señala con el dedo en alto bendiciendo la sala. Lo llaman Dj, pero es uno de tantos sacerdotes de la cultura. Un pedófilo del pensamiento libre. O estás dentro, o el hombre de negro se acerca y te invita a salir al estrado del juez ciego y con martillo apto para remachar más los clavos.


Ya hace tiempo que deje de buscar un sentido a todo este entramado social. La divina sociedad en sus mayúsculas retocada con Photoshop -y cuidado que no salgan las pancartas de fondo-. La razón se vistió de verdugo hace tiempo con el nombre de ciencia. Ya no sirve para nada razonar. Los pelotones de fusilamiento ya no llevan uniforme. Son logotipos y frases hechas. Son los titulares. Cada uno de nuestros sentidos buscando puntos que unan la figura del mundo dándole una unidad con sentido.


Dicen que unificar da sentido…Miro a mi alrededor…Estamos perdidos…Estoy perdido…Necesito una pastilla antipierrot… Intentamos organizar el caos de la naturaleza como quién sopla estrellas del cielo, confiando en que se muevan o se apaguen. ¿Por qué no inaceptar lo aceptable? Porque los baños de las discotecas alimentan con litros de vómitos el subsuelo de todas las ciudades. Pero tranquilos, la música suena más alta que el pensamiento, y eso el Dj lo sabe.


Esta noche me siento algo Pierrot. Es hora de irse…. Voy a coger el abrigo colgado en el maniquí de la entrada... Mi mano se detiene a medio camino. Está demasiado bien colocado. Parece una mujer real. Me limpio las boqueras. Mis pies avanzan hacia ella. Está de espaldas. Libero mis labios. Los acerco a su cuello. No sé en qué idioma hablarla. Ni me importa. Mis labios comienzan a danzar en torno a la hoguera:

“Te conozco. Te decidí en alguna parte. En algún libro, película o silencio…Eres la mujer de mi vida. Fue difícil encontrarte. No le presto el abrigo a cualquier mujer. Eres preciosa sin verte. No te des la vuelta. Estoy por primera y última vez enamorado. No lo estropees. No volveremos a vernos. No te enamores de mi apariencia, ni mis palabras, enamórate de este momento. Mil encadenados te ponen su piel de cordero todas las noches. No me importa. Que te toque quién quiera. Ambos sabemos la verdad rasgada tras cada mentira. Su Décollage. Solo buscas repetir este momento. Sentir de nuevo el peso de mi abrigo… Sé mi amante en la eternidad. No cambies este recuerdo. No alteres mi percepción, no resuelvas más enigmas, no quieras mi sangre para cumplirlo… ¿Mi edad? Demasiado joven para conservar, y demasiado viejo para echar a correr. ¿Por qué tú y no otra? Me gustas porque vives desnuda, sin bolsillos en los que guardar. Manos siempre dispuestas a esperar ser tocadas. Escuchas el presente. No tienes olor que clavar en mi memoria. Eres el ser más auténtico de esta sala y no puedes saberlo. Por eso lo eres. Por eso estoy borracho. Ojalá fuera como tú. Me gustas por ser Ello. La lágrima invisible que todos guardamos y que Pierrot muestra al mundo…Pero yo no soy Pierrot mi amor. Soy A. Puñette y estas manos y pies clavados desde los nueve meses de vida necesitan su abrigo” Le quito suavemente mi abrigo, como el sol hace con la noche… Vuelvo a acercarme. “No le cuentes esto a Pierrot”. Salgo del recinto y me tropiezo a la primera de cambio. Abrazo el asfalto, el mundo. Ahí me quedo. Llevo días sin que nadie me toque porque quiera. Dejadme un momento más tumbado. Segundos de lenguaje infinito. Señalad a este indeseable. Hacedme sentir orgulloso.