viernes, 13 de enero de 2012

A espaldas del lenguaje

Encogido de hombros, de Big Bang plagada está su espalda. Restos de versos libres sobrecargando la bolsa de aquél que transporta el lenguaje. Hablo del creador del lenguaje. Aquél que muestra hasta cierto punto. Del mucho antes y del quizás cualquiera que ordenó que alguien pudiera escribir estas líneas. La carga se hace pesada, y no duda en ultrajar la planta de sus pies avinagrados. Arrastra su larga lengua por el suelo, lánguida, reseca y sin vida. No hay quejumbroso que valga. Este ser no siente todavía, porque no tiene lenguaje para expresarlo. ¿O sí?


El mentón descosido a fuerza de tanto restregarlo por el silencio. Camina dando pasos cortos, pataletas de corto sastre. Se cruza con dedos de espuma y las hace llamar nubes. Otra palabra, otro peso para su inquebrantable espalda. Otra medalla para su ego. El Ser sigue andando, tiene sed y se bebe un trago de saciedad, palabra que guarda en su mochila. Le es fácil sobrevivir. No sabe lo que es vivir. Alguien rasga el cuello del universo, sangran agujeros negros coloreando su sistema nervioso. Se agita lo más mínimo, escapándosele apenas dos palabras: Vida y Muerte, que caen en un rellano del universo con mayúscula impresa. Planeta que carecía de toda cuestión o respuesta. Las palabras bien intencionadas comienzan a acostarse con el ajeno e imberbe sentimiento de culpa. El hombre, de palabras cargado, lo celebra. El Ser toca tambores al son del alba: Colores no descubiertos. Razones predispuestas al fracaso. Frutas que son raíces de un árbol que es mortaja... Viva la revolución de la sin razón. Se crea un siglo y el cambio es encerrado en jaulas intrascendentes, efímeras. Los hombres aluden a sus drogas para mecerlo sobre el pecho del desfiladero. Si existe algo, ese algo vive y muere todos los días. El dónde no importa. Sólo los destellos que son fulgor de ojos enclaustrados. Sólo aquel que por asociación crea su esperanza... Esto no lo inventé yo, sólo lo mastiqué en el proceso: Del no hablar al mascullar, del mascullar al creer entender, masticar, regurgitar, volver a masticar, etc. para, finalmente, silbar…

(Trovador en penumbra. De alguna manera sólo se le iluminan los pies, el laúd, y la pluma de su sombrero)

TROVADOR: (Cantando y danzando)

Oda al hombre y su Siglo


Saltimbanqui sin deseos, de día trasquila ovejas,

pero las ovejas no gritan, ni entienden,

de noche afila sus cuchillos,

por una vela iluminado,

cree vivir en el siglo trece,

y la mujer no tiene alma,

y el hombre la vende,

para pintar con sus afilados pinceles,

los rostros de las Venus que no le son fieles.

Tiene un don para enmarcar ojos,

cuadros de segundos que decoran su mente,

inviernos en su última llama,

“Ojos, hogar del deseo, dejadme continuar”, susurra al tímpano del mundo.

El hombre se levanta esperando la noche,

no puede pensar en nada más,

oye aplausos en cada esquina,

vítores de placer en cada corte de su vida.

el hombre encanece,

y aún cree vivir en el Siglo Trece,

y quiere que le quemen en la hoguera,

pero el joven mundo pasaba por allí,

cargado de inocencia y oídos que no supieron escuchar,

y ahora el hombre desea morir todos los días,

lo quiere todo y no sabe lo que quiere,

porque el mundo le regaló su deseo.


(El Trovador deja de danzar. Permanece inmóvil hasta que todo se convierte en polvo. El público y él. Todo menos su laúd...)

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