La escribí sin tachones ni espacios para respirar, con comas y puntos mal repartidos. Escuché mucho y hablé poco, alimentando mi
lengua con letras mendigas en busca de una palabra donde vivir.
Me casé joven e igual me divorcié, dejando tras de mí dos
hijos que me odian porque no les enseñe a preguntar.
No fui yo quien quiso divorciarse, sino mi mujer, que quiso a un hombre que fue
más amable que yo en un momento débil.
Luego fui yo quien se divorció de la vida, llamado por los
amplios caminos del mundo.
Me hice amigo de mis propios ecos, y subraye el silencio de
una buena cerveza.
Estuve en muchos lugares. Encallecí dedos, ojos, boca, y
conocí a mucha gente. Pero no fue hasta el final, en el último estertor de vida,
cuando recordé lo más importante: Que siempre me falto una familia y nunca la
busqué.
Ahora, trémulo de miedo e ira, duermo en mi tumba rodeado
por el calor de cien familias que brindan en silencio por la flor que me fue
arrebatada al nacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario